Una boda de sangre
Durante toda mi vida, me habían criado con dos conceptos muy claros: los vampiros son dioses oscuros, sin alma, ni emociones, que no soportan la luz del sol; y los vampiros ven a los humanos como comida, y nada más. Bien, pues sólo llevo dos meses aquí, en el Palacio Oscuro, y lo único cierto de estas afirmaciones es que morirían si se exponen a la luz del sol. Sufren, se alegran, no son tan poderosos como pueden parecer, y se preocupan más de la raza humana que de nosotros mismos. No quería creerlo, porque sentía que traicionaba a mi especie, si sentía alguna simpatía por estos seres, pero hoy no podré seguir negando la existencia: los vampiros pueden amarnos, de corazón. Es decir, no con ver esta realidad, menos turbia de lo que parecía a simple vista, vaya a creer que una relación, entre vampiros y humanos, vaya a ser lo más fácil del mundo. Pero no es del todo imposible, a eso me refiero. Y sólo necesité contemplar una boda para poder darme cuenta. La del vampiro Vlad, y mi ami