Las flechas de Eros

Lugubria ya había llegado a un punto, en el que, hasta el dios más desagradable de todos, sintió pena de ella. Sus palabras, sus miradas, sus pensamientos; iban dirigidas a un solo dios: Ares. Nadie se hubiera preocupado tanto de aquella devoción, que con una simple intervención habría bastado, para hacerle cambiar de parecer, si no fuera porque había unas cuestiones alarmantes: que ese “amor” por el dios de la guerra era por una flecha de Eros, y que incluso empezó a tener lagunas de memoria, que iban en aumento, que no estuviera su dios predilecto.

Pero tras un intenso interrogatorio en el propio Inframundo, en el que hicieron que el dios del amor se meara por el miedo, Hades comprobó la verdad de su estúpida acción: fue cosa de Zeus, que intentando desesperadamente alejarla de él, o de Poseidón, le pidió a este que disparara una de sus flechas, y que se enamorara del primero de los dioses que viera. Pero estas no se habían usado, desde que los griegos dejaron de adorarlos, y de eso hace casi un milenio, por lo que su efecto se intensificó hasta niveles muy obsesivos. Ambos sabían que, para liberarla, debía besar a su alma gemela, y Ares, a pesar de que quería seguir con la Nueva Diosa, con la hija de Hades y Perséfone, ni él podía soportar ver como perdía hasta la conciencia.

Hades estaba más que dispuesto a recuperar a su hija, pero, tras varios intentos fallidos, vio que el alma gemela de Lugubria era, precisamente, el dios que debía evitar para que la maldición-profecía se cumpliera. Dudó por un momento de si era correcto hacerlo, pero su amor de padre pudo más que el deber, y siguió adelante con su plan. Y os preguntaréis, ¿qué plan se le había ocurrido? Os lo iré contando, poniéndoos en situación. Ares, consciente de parte de la historia de su chica, la coge y le tapa los ojos. Cuando estuvieron a punto de llegar al sitio, es cuando dice algo más que te quiero o eres lo único en mi vida que importa.

– ¿A dónde vamos amor mío?– preguntó ella, mientras se reía estúpidamente, creyendo que recibiría algún gesto romántico.

– Ahora lo verás– dijo él, sin molestarse en disimular su seriedad– Créeme cuando te digo que ojalá fuera yo.

– ¿A qué te refieres?– preguntó ella, quedándose completamente confundida.

         Pero en vez de contestar a la pregunta, simplemente dejó que volviera a recuperar la visión. Lugubria no reconoció enseguida el lugar, hasta que, de repente, apareció Poseidón. Su cara de sorpresa no hizo que ella sospechara nada grave, pero eso cambió cuando, a los pocos segundos, Hades apareció por detrás de los dos amantes. Intentó huir, ya que sabía de sobra lo que este quería, pero lo único que consiguió fue, que el propio Ares la atara en una silla con cuerdas.

– ¿Pero qué significa esto? Pedazo de mierda– gritó Lugubria a Hades, antes de soltar algunas maldiciones sin sentido– ¿Y qué hago en la mansión de Poseidón?

– A ver, pregunto lo mismo, ¿qué hacéis aquí?– preguntó Poseidón, realmente poniendo cara de sorpresa.

– Lo siento hermano, pero necesito hacerle una intervención, y tú eres el único dios que no ha sido insultado por ella– aclaró Hades, antes de que Lugubria le escupiera en la cara.

– Él comprende que amo a Ares, no como tú, cadáver depresivo– dijo ella furiosa, antes de dirigirse a Ares– Cariño, desátame por favor.

– No lo haré hasta que beses a otro hombre, y demuestres a tu padre a quien amas en realidad– explicó Ares, sin atreverse a mirarla a los ojos.

– ¡Que beses a Poseidón, para ser más exactos!– añadió Hades, señalándolo y todo.

            Tanto Lugubria como Poseidón se quedaron impresionados por tan sorprendente propuesta, pero cuando asimilaron en sus cabezas aquellas palabras, ella se puso casi tan furiosa como el cerbero del Inframundo. Él, en cambio, optó por algo menos desquiciante, e hizo que Hades y Ares se quedaran afuera esperando. Ella, por un momento, creyó de corazón que la desataría, pero Poseidón iba a optar por otra vía.

– Deberías hacer lo que te piden– dijo, poniéndose de rodillas para estar a su altura.

– No, tú no Poseidón. Eres el único amigo que me queda– dijo ella, debatiéndose entre el enfado y la sorpresa– El único, por favor.

– Querida. Yo te creo cuando dices que amas con locura a Ares– dijo él, aún fingiendo que está de su parte, porque él tampoco lo creía.

– Sólo estos labios tocarán la comida, la bebida, y al dios de la guerra– dijo ella, conteniendo un montón su rabia– Mi cuerpo, mi alma, le pertenecen.

– Ahí está. Si quieres que los demás te dejen en paz, deberás demostrar que puedes tocar a otro, y seguir proclamando tu amor intenso por Ares– dijo, intentando parecer diplomático– Los olímpicos siempre necesitan una prueba de los hechos.

– ¿Tú crees? No se…– dijo ella,algo más dubitativa.

            Poseidón, intentando parecer aún más convincente, desató a Lugubia, no sin antes gritar a Hades y a Ares que permanecieran fuera. Bueno, a estas alturas, os haré un resumen de lo que ocurría en realidad: tras ver que Lugubria no podía estar de malas con Poseidón, que incluso podía mantener una conversación, que no tuviera nada que ver con Ares, algunos comprendieron que él podría ser su alma gemela. Entonces, tras un par de discusiones y dilemas morales, planearon hacer la prueba con el dios del mar. Este se lo veía venir, aunque su sorpresa de verlos si era real, por lo que fingiría que le pillaron desprevenido, y mantendría su posición a favor de la relación enfermiza.

         Ella, creyendo que él tampoco le haría mucha gracia, optó por no poner mucha resistencia. Poseidón la agarró por la cintura, consiguiendo ponerla muy nerviosa. No podía dejar que cambiara de parecer, así que optó por una actitud más rápida y tajante, ¡y la besó apasionadamente! En los dos primeros segundos, Lugubria se asqueó, y se puso rígida como una piedra, pero poco a poco se fue relajando, dejándose llevar más por sus labios y por su calidez. Los efectos de la flecha de Eros se iban disipando gradualmente, hasta el punto de que ella dejó que le sobara el culo, y ella lo cogiera por la espalda para acercarlo. De no haber sido porque Hades y Ares volvieron a irrumpir en la habitación, habrían estado a un orgasmo de concebir un hijo, y de meter la pata hasta el fondo.

– Vale, ¡creo que es suficiente!– dijo Hades, apartando bruscamente a su hermano de su hija– Sólo se necesitaba un beso.

– Lugubria, ¿estás bien?– preguntó Ares temeroso, viéndola notablemente aturdida.

– No, no se, ¿qué ha pasado? ¿Yo no estaba con Artemisa en el Olimpo?– preguntó ella, viendo que algo no cuadraba.

– ¡Por el Olimpo, eso fue hace dos meses!– recordó Hades horrorizado, viendo que estaba peor de lo que aparentaba– ¿Pero qué clase de flechas ha usado tu hijo?

– ¿Te refieres a Eros? ¿Me ha disparado?– preguntó asustada, antes de llegar a una rápida conclusión– No tendrá algo que ver Zeus.

– Querida, si. Al ver que fracasó por las buenas, ordenó a Eros que te disparara una de sus flechas para que te “enamoraras” de alguien– explicó Poseidón, con un tono que procuraba tranquilizar.

            Lugubria no podía dar crédito a los que habían captado sus oídos, y con razón. Es decir, ya era consciente de que Zeus no la tragaba, y que era el hijo de Cronos más paranoico, pero aquello había llegado demasiado lejos. Vamos, que era para, de corazón, ¡intentar derrocarlo, y encerrarlo con su padre!

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