Un primer acercamiento

 


Lilia estaba muerta de miedo, y no era para menos. Si, en el mes en el que había estado en el Palacio Oscuro, había visto que, los criados humanos, estaban bien cuidados y alimentados. De que las marcas de los colmillos desaparecían, si el vampiro te mordía con delicadeza, y que más que tortura, lo más que se destilaba por allí era que los seres oscuros pasaran de ti, salvo si eras su bebedor (Lilia agradeció eso). Pero ahí tendría que ir hasta el propósito inicial de su encierro: ser la bebedora oficial del rey de Tinieblas.

Porque Dante, el supremo monarca, tenía una brutal fama de ser un carnicero, insensible y tirano. E incluso sobre vampiros, no era uno muy encantador, y si no hubiera sido porque le acompañaba otro vampiro, habría salido escopetada de allí, se habría arriesgado a morir de otra forma, como perseguida por otros colmillos menos temibles. Pero cuando abrió la puerta, y vio al vampiro que estaba apoyado en una gran chimenea, se llegó a replantear si le estaban tomando el pelo, o los seres humanos tenían más imaginación de la que debían.

– ¿Usted es el rey de Tinieblas?– preguntó ella, sin poder disimular su asombro.

– Dante, por favor. Al menos en privado tutéame, estaremos menos tensos– dijo él, mientras se sentaba en un sofá de la biblioteca– Siéntate.

– No puede ser el rey– dijo ella, mientras se sentaba, entre el miedo y el estupor.

– ¿Tan horrendo que hago llorar a las estatuas, o tan temible que hasta las fieras se asustan?– preguntó él, recitando algunos de los apelativos que le habían dedicado.

– ¿Perdone?– preguntó, sin comprender a que venía eso.

– Está claro que has escuchado algunos de estos rumores, de ahí a que me mire con horror– dijo, antes de mostrar una daga– La palma de la mano, por favor.

– ¿No va a morderme?– preguntó, tan extrañada, que se la extendió, casi sin percatarse.

– Primero quiero comprobar quien eres, en un rato te muerdo– dijo, antes de hacerle un pequeño corte, y chuparle un poco– Ummm, del pueblo cercano. La pequeña de cuatro hermanos, de mente curiosa…

– ¿Eso es lo que dice mi sangre?– preguntó ella, mirándose la palma con desconcierto.

           Dante le dedicó una sonrisa, que distaba mucho de ser perturbadora, y el hecho de que le ayudara a cortar la sangre con un pañuelo, sólo conseguía confundirla. Su familia odiaba a los vampiros, hasta el punto de que, si por ellos fueran, los exterminarían a todos de un plumazo. Pero este rey estaba siendo amable, considerado, y a Lilia se le pasó, por su mente, dos posibles opciones: que era una bestia, que encantaba a sus víctimas antes de devorarlas, o que los humanos tenían más prejuicios, de los que querían admitir.

– No te voy a mentir. Los rumores son falsos, pero he dejado que los demás lo crean– dijo él, siendo intencionadamente franco.

– Supongo que para reinar tranquilo– comentó, creyendo que era la opción más viable.

– Lo que he dicho, mente curiosa– dijo él, impresionado por su rapidez mental– Vale, quiero hacer un trato contigo.

– ¿Trato?– preguntó ella, más intrigada que asustada.

– Puedes salir del Palacio Oscuro todo lo que quieras. Enamórate de quien quieras, relaciónate con vampiros o humanos. E incluso, con tus obligaciones, no tienes que rendirme cuentas– dijo, demostrando que tendría mucha libertad– Como si quieres montar orgías, no me importa.

– ¿A cambio de quÉ?– preguntó ella, quitándose el pañuelo de la palma.

– Tu sangre. Nos pertenece, a los dos, y si incluyes a un tercer sujeto, entonces los rumores se volverán ciertos– explicó él, con un aire más amenazador.

            Lo que ella no se imaginaba, y en el fondo, él tampoco, era que ese trato implicaba algo más que le puesto de una bebedora.

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